domingo, 22 de febrero de 2009

El templo de Herakles-Melkart



El culto a Heracles-Melkart, adorado en todo el Estrecho, fue un lazo de unión entre Cartago Nova y Mauritania, ciudades en las que se adoraba al mismo Hércules, también con Sagunto, donde existían unos sacerdotes, los Salios, a los que ya hace unos años atribuimos una importancia económica, aunque pensando que se trataba de sacerdotes de Marte, y tal vez hay que plantearse si eran los sacerdotes de un Hércules Vencedor, como el de Tibur, Cádiz, Lixus y los reinos del Norte de África, siendo este culto la prueba de la existencia de unos circuitos comerciales fenicio-púnicos en el Mediterráneo occidental, uno de cuyos puntos capitales era Cádiz.

En Herodoto podemos hallar noticias de algunas de las materias del extremo oeste de Libia más apreciadas en Occidente. Dicho autor comenta la existencia de salinas, minas y cordilleras de sal, también de oro, miel, olivos y vides

Es curiosa la noticia de que la púrpura, con la que se teñían sobre todo las vestimentas sacerdotales y que era muy apreciada por los semitas, según Pólux (1,45), fue inventada por Melkart, con lo que tenemos al dios púnico del comercio y las empresas marítimas relacionado con uno de los productos más cotizados en la Antigüedad...

¡Leer más!

Muy interesante, también, el artículo sobre la "Ora Marítima" de Avieno.

Así como el blog Herakles/Melkart en general. ¡Fabuloso!

lunes, 16 de febrero de 2009

jueves, 12 de febrero de 2009

Acrobacias



Acróbata, del griego 'akrobatês', compuesto por ákrê, "borde, límite" y batês, derivado del verbo badízô, "caminar". O sea, el que camina por el borde.

Visto en Verb-stigia

viernes, 6 de febrero de 2009

Rosa Regás quiere la pasta de su negro



J.J. Armas Marcelo dixit:

Una inverosímil premiada escritora catalana, con «negro» y todo, fue contratada para dar una conferencia sobre Quevedo en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme ahora. La señora aceptó, y luego le pidió a un amigo que le hiciera de «negro», que le escribiera el discurso porque ella no sabía nada de Quevedo. Su amigo se escurrió como pudo, y entonces la impostora se sacó de la manga una amiga que sí sabía de Quevedo. La amiga de la señora dio la conferencia sobre Quevedo y la señora la acompañó. ¿Por cortesía? No exactamente. Al final de la conferencia, la Fundación que la había contratado le pagó a la amiga de la señora los emolumentos del acto. Y entonces, ante el asombro de los organizadores, la señora escritora catalana tan odiada en Madrid, según ella, reclamó su dinero afirmando en voz alta que ella había renunciado a dar la conferencia, «pero no a cobrarla». Y se la pagaron también a ella... Tengo para mí que el nombre de la figura que merece tal comportamiento está más allá de la simple maldad. Que se cobre (y que se pague) una conferencia a alguien que no la da, ¿cómo se llama ese oxímoron?
De casos como este que acabo de citar (de hacer la confidencia pública, para que me entiendan el oxímoron) está la vida de la señora escritora llena. Ahora amenaza con un libro vengativo contra quienes le hicieron «su vida imposible» en Madrid: tanto daño me hagas como miedo te tengo. Y el confidente electo, ¿no sabe a estas alturas que los dados con los que Dios juega con el universo están marcados? Leeré los rebuznos escritos de la impostora cuando en su momento salgan a la luz de las librerías. De lo que de antemano estoy seguro es de que ni ese libro ni ningún otro de la señora quedará en la memoria de los lectores una semana después de haber intentado su lectura con los mismos esfuerzos que hay que hacer para ir a las Olimpiadas. De lo que estoy seguro de antemano es de que la señora no sólo no sabe nada de Quevedo, sino que ni siquiera sabe redactar. ¿Cómo va a saber escribir y cómo, además, va a saber escribir un libro? Y, sin embargo, está premiada varias veces...
En mis memorias de verdad (me estoy divirtiendo cada vez más), la señora queda como lo que me pareció desde que la conocí, hace más de cuarenta años: una impostora. Ella era ya una galletona mitificada por la estupidez de algunos de sus amigos y por la blandura de bastantes de sus hombres, los mismos que fueron ascendiéndola al nivel de las estrellas cuando todos ellos sabían (y ahora lo saben mucho más) que no era más que una vampiresa insaciable que se alimentaba del prestigio de sus amoríos públicos.