jueves, 31 de mayo de 2007



-¿Nervioso?
-Sí, un poco.
-¿Es la primera vez?
-No, ya había estado nervioso antes.

Aterriza como puedas

miércoles, 30 de mayo de 2007

El caso de la mujer asesinadita


Lorenzo -junto a su actual mujer- explica al amigo Norton cómo se deshizo de su anterior mujer...

NORTON.- ¿Y cómo la envenenaron ustedes?
LORENZO.- ¿A mi mujer?
NORTON.- Sí, a su mujer.
RAQUEL.- Con veneno: es lo más limpio.
NORTON.- ¡Ah! No sabía.
LORENZO.- Como lo oye. Figúrese que mi mujer tenía la costumbre de tomar un vaso de leche antes de acostarse. Se sentaba en esta misma butaca donde yo estoy ahora sentado, y se bebía su vasito. Pues bien, una noche le echamos unos polvos blancos en el vaso, y santas pascuas.
NORTON.- ¿Y cómo se prepara este veneno? ¿Es difícil de cocinar?
RAQUEL.- Es de lo más sencillo. Escuche: primero se coge un vaso de leche.
NORTON.- ¿Grande o pequeño?
RAQUEL.- Más bien grandecito; así hace más efecto. Después, se calienta la leche en el baño-maría.
LORENZO.- Antes de eso hay que echar el veneno, querida.
RAQUEL.- ¡Qué va! El veneno se echa después.
LORENZO.- ¡No, mujer! Antes.
RAQUEL.- ¡Te digo que el veneno se echa después! ¡Si lo sabré yo...! Siempre tienes ganas de discutir.
LORENZO.- Lo que se echa después es la canela, para quitarle el gusto al veneno.
NORTON.- (Muy contento.) ¡Ah! Pero ¿también se le echa canela?
RAQUEL.- (A NORTON). Deje que yo se lo explique a mi manera; mi marido ya lo ha olvidado. Se tiene el vaso al baño-maría unos minutos y se saca. (A LORENZO). ¡Y entonces se le echa el veneno!
NORTON.- Pero ¿qué cantidad hay que echar? ¿Una cucharada?, ¿dos cucharadas...?
RAQUEL.- Dos cucharaditas de las de café, con copete.
NORTON.- ¿No será poco?
RAQUEL.- Nosotros lo hacemos así. Claro que, si se quiere, no hay inconveniente en aumentar la dosis.
NORTON.- ¿Y qué se hace después?
RAQUEL.- Una vez mezclados los polvos, se revuelve todo muy bien procurando que el veneno no forme grumos. Y cuando está todo bien batido, se pone a enfriar en un sitio fresco, y a los pocos minutos se sirve.


Miguel Mihura

lunes, 28 de mayo de 2007



-¡Esta administración de correos es incompetente! ¿Sabes aquella carta que escribí a José María hace cuatro días?

-Sí.

-Pues todavía la llevo en el bolsillo.

sábado, 26 de mayo de 2007

A la sombra de un farol


Traspasábamos la puerta de aquel antro que tanto nos había costado encontrar. Había un cierto olor a rancio, a salfumán, a aguardiente, un sabor a pescadilla, una atmósfera densa, pesada, cargada de tanta mezcla de olores…, y rematada por el humo cargante del tabaco (aunque tampoco es que el humo del tabaco pese mucho y suponga una gran carga).
Una partida de cartas se desarrollaba al fondo del local, sobre una mesa, en un rincón iluminado por una sola lampara. Y en la mesa había un tapete verde que iba perdiendo el color poco a poco.
Había cuatro tipos alrededor de ese mantel de tres al cuarto.
-¿Manuel Guillart, por favor?
Le preguntamos a uno de los tipos.
Pero ninguno levantó la mirada del mantel, ni hizo medio giro con la cabeza, ni tan siquiera saludaron, que es lo que más molesta. Seguían jugando su partida con los ojos clavados en la baraja.
-Siéntense...
Buscábamos unas sillas que estaban desperdigadas a lo ancho del local, desarraigadas, sin mesa propia. Las acercábamos haciendo un poco de ruido, y las situábamos detrás del que nos había ofrecido asiento.
Se trataba de un fumador de puros de baja calidad. Se olía a la legua.
-¡Detrás de mí, no!
Vaya desconfianza que tenía el del puro en que le viéramos las cartas. (Tenía dos sietes.)
-¿Es usted Manuel Guillart?
Le preguntábamos al único que nos había hablado (aunque sin soltar el puro de la boca).
-¡Voy...!
Y añadía un garbanzo al montoncito que crecía en medio del mantel, a modo de apuesta conjunta. Menudo farol que se tiraba el del puro con una simple pareja de sietes. Inútil, iluso, desgraciado.
Belisario le dio un golpe sin querer al farol que iluminaba la mesa.
Y el haz de luz se movió de un lado a otro, enseñándonos los rostros de los presentes...
El hombre del puro parecía un militar retirado, un africanista cincuentón con el pelo al rape, las mangas de camisa dobladas hasta el hombro, que se había afeitado anteayer con más prisas que buen tiento. Los otros tres pajaritos que le acompañaban -sota, caballo y rey- oscilaban entre el medio pelo de uno, el medio cuerpo de otro, y la obesidad extrema del tercero, que se mantenía alejado de la mesa por razones de peso.
Las cartas se movían sin cesar sobre el tapete pardo, rojiverde, verdeoliva. Una baraja de poker se desenvolvía en las manos de los jugadores. Las manos mantenían las cartas ocultas y movían unos garbanzos que se iban amontonando y engordaban en el centro del mantel, donde cundían las apuestas.
-¡Voy...!
El africanista echaba el humo fuera.
-¡Voy...!
El que estaba a su lado tomaba el humo y repetía, a pleno pulmón, lo que el otro había dicho. Es decir, que también se sumaba al farol del africanista.
-¡Paso!
Pero el gordo se retiraba más aún de la mesa, para alejarse definitivamente de la partida.
El hombre del medio pelo también se levantaba, rematando el culo del vaso de un solo trago, con buen perder, con buena sed, con un deje amargo en el estómago.
-¡Agggs...!
Se mantenían en la partida el africanista y el flaco, dos figuras frente a frente, sentadas delante de una partida de poker que ninguno de los dos iba a abandonar. La deserción era lo último, el final, más valía salir desplumado del lance (o ser lanzado a la calle sin plumas ni dineros), que rendirse a la sombra de un farol.
-¡Voy...!
Aumentaban las apuestas, los faroles de los dos se encendían, y el por qué de los garbanzos en el centro de la mesa iluminaba la inteligencia de Emma.
-No juegan con dinero, ¿verdad?
Obviamente.
Emma hablaba por lo bajo, habiendo hecho ya el descubrimiento del montón de garbanzos de la mesa.
-¡Voy...!
El africanista aumentaba de nuevo el montoncito de garbanzos. Hay que ver lo que duraba encendido su farol y lo que daba de sí una triste pareja de sietes...
Pero el flaco –al que no conseguimos verle las cartas- no igualaba la apuesta y se retiraba de la partida. Desconfiaba de sus cartas y se quedaba al margen de las legumbres, del premio que el africanista recogía y se guardaba en una bolsita atada con un cordel corredizo. Luego se levantaba de golpe, nos estrechaba la mano a los tres, y se presentaba como:
-¡Manuel Guillart!
¡Era él!
-Les esperaba...
Nos apartamos, quedándonos al margen de los perdedores de la partida, que se iban hacia la barra del bar a acalorarse de otra manera, a quitarse las malas pulgas.
Mirando a Belisario, Manuel Guillart preguntaba:
-¿Quién es Emma?
Belisario giraba los ojos hacia Emma, que se ponía de puntillas:
-Yo misma.
Allí estaba ella.
-Muy bien... O sea, ¿que tú eres la hija que viene a ver a su padre desde muy lejos...?
-Sí...
-Vale, eso lo vemos luego.
Y entonces cambiaba de tema, acercándose al asunto que más le importaba:
-Ahora vamos a hablar de dinero...


Persio

Extracto de La caída del guindo

viernes, 25 de mayo de 2007

El mito de Deucalión



Cuando habitaba sobre la tierra la generación de bronce, Zeus, el soberano de los mundos, a cuyos oídos habían llegado rumores sobre los crímenes del hombre, resolvió recorrer la Tierra bajo figura humana. En todas partes, sin embargo, encontró que la verdad dejaba pequeño al rumor.

Un atardecer, cuando ya el crepúsculo cedía el paso a la noche, entró en la mansión inhóspita del rey de Arcadia Licaón, famoso por su ferocidad. Realizó varios prodigios para dar a entender que llegaba un dios, y la multitud se hincó de rodillas ante él. Pero Licaón se burló de aquellas plegarias piadosas. «¡Ya veremos —dijo— si es un mortal o un dios!», y resolvió en lo íntimo de su corazón dar muerte inesperada al huésped a media noche, mien­tras estuviese sumido en el sueño. Antes, sin embargo, sacrificó a un desdichado que le enviara como rehén el pueblo de los molosos: coció sus miembros aún palpitantes en agua hirviente, o los asó al fuego, y luego los sirvió de cena en la mesa del forastero. Zeus, que todo lo había penetrado, levantóse airado del convite y envió sobre el palacio del impío la llama vengadora. El Rey, consternado, huyó al campo abierto; el primer grito de dolor que exhaló fue un aullido, sus ropajes se convirtieron en vello, sus brazos en patas y quedó transformado en un lobo ávido de sangre.

Volvió Zeus al Olimpo y, habiendo celebrado consejo con los dioses, resolvió aniquilar aquella desalmada raza humana. Disponíase a esparcir el rayo por todos los pueblos, pero le retuvo el temor a que se inflamase el éter y que el fuego prendiese en el eje del Universo. Dejó que el rayo se lo forjaran los cíclopes -los gigantes hijos de Urano y Gea, que poseían un solo ojo y eran los ayudantes del dios forjador Hefesto. Su taller se situaba en el seno del Etna.

Zeus decidió enviar a toda la superficie de la Tierra lluvias torrenciales y destruir a los mortales bajo aguaceros caídos del cielo. Inmediatamente fueron encerrados en las cavernas de Éolo el Bóreas y todos los vientos que ahuyentan las nubes. Sólo se dio salida al Austro, el cual se precipitó a la Tierra car­gado de lluvia. Negro como la pez era su rostro pavoroso, car­gadas de nubarrones sus barbas, el agua fluía de sus albos cabellos, oculta estaba la frente tras un manto de niebla, la lluvia le manaba del pecho. Asióse a los cielos y, sujetando con la mano las nubes suspendidas en vastas extensiones, comenzó a exprimirlas. Retumbó el trueno; un denso diluvio se desplomó del cielo; dobláronse los sembrados bajo la tempestad impetuosa. Desvanecióse la esperanza del campesino que veía perdida su penosa labor de todo el año. Posidón, hermano de Zeus, acudió también en su ayuda en aquella obra de destrucción y, reuniendo a todos los ríos, díjoles: «¡Que vuestra corriente rompa todo freno, lanzaos sobre las casas, derribad los diques!». Y ellos cumplieron su orden, y el propio Posidón abrió con su tridente el seno de la tierra, dando, con la conmoción, vía libre a las olas. De este modo, los ríos desencadenados invadieron los campos, inundaron los sembrados, arrancaron alamedas y se llevaron templos y casas. Si emergía un palacio, pronto el agua llegaba a su techumbre y las torres más altas se perdían en el remolino. Muy pronto no pudo distinguirse el mar de la tierra: todo era océano, océano sin orillas. Los hombres trataban de salvarse como podían; uno trepaba a la más elevada montaña, otro se refugiaba en un bote, bogando por encima de su hundida granja o de las colinas de sus viñedos, cuya superficie rozaba con su quilla. Extenuábanse los peces entre el ramaje de los bosques; el ligero jabalí huía ante la invasión de las aguas. Pueblos enteros eran arrasados por la oleada; y los que ésta perdonaba sucumbían a la muerte horrible del hambre en las cumbres de los páramos estériles.


Una elevada montaña proyectaba aún dos peladas cumbres por encima de las aguas en la tierra de la Fócide: era el Parnaso. En ella refugióse Deucalión, hijo de Prometeo, a quien éste advirtiera a tiempo y que se había construido una balsa; iba con él su esposa Pirra. No se había hallado ningún hombre ni mujer que superasen a esta pareja en probidad y temor de los dioses. Y he aquí que cuando Zeus, contemplando desde el cielo el mundo sumergido en las aguas quietas, vio que de tantos milla­res y millares no quedaba sino una única pareja humana, ambos puros, ambos piadosos adoradores de la divinidad, envió al Bóreas, quien dispersó las negras nubes y mandó que se disipara la niebla. Volvió a mostrar al cielo la tierra, y la tierra al cielo. También Posidón, príncipe de los mares, deponiendo el tridente aquietó las olas. El océano volvió a tener orillas, los ríos torna­ron a sus cauces; los bosques sacaron de las honduras las copas de sus árboles cubiertos de limo, siguieron las colinas; ensanchóse de nuevo la llanura y, otra vez, por fin, apareció la tierra.

Deucalión miró a su alrededor. El país se hallaba devastado y sumido en sepulcral silencio. Ante aquel espectáculo, las lágrimas rodaron por sus mejillas. Dirigiéndose a su esposa Pirra, le dijo: «Amada, compañera única de mi vida, por muy lejos que mire, en cualquier dirección que vuelva los ojos, no descubro una sola alma viviente. Nosotros dos, unidos, constituimos la población de la Tierra, todos los demás moradores han sucumbido bajo el diluvio. Pero tampoco nuestras vidas están del todo seguras. Cada nube que diviso aún me llena de pavor. Y, aun suponiendo que todo peligro haya pasado, ¿qué vamos a hacer solos, en la Tierra abandonada? ¡Ah, si mi padre Prometeo me hubiese enseñado el arte de formar criaturas humanas e infundir el espíritu a la moldeada arcilla!». Así dijo, y la desamparada pareja prorrumpió en llanto. Después hincaron las rodillas ante un altar medio derruido de la diosa Temis -la bondadosa y profética diosa de la Justicia, el Orden y la Moral- y comenzaron a su­plicar a los dioses celestiales: «Dinos, ¡oh Diosa!, por qué medio regeneraremos nuestra raza exterminada. ¡Ayuda a volver a la vida al mundo fenecido!». «Dejad mi altar —resonó la voz de la diosa—, cubrid con un velo vuestras cabezas, desceñíos los cinturones y arrojad detrás de vosotros los huesos de vuestra madre».

Durante un buen tiempo ambos permanecieron atónitos ante la enigmática sentencia divina. Pirra fue la primera en romper el silencio: «¡Perdóname, diosa excelsa —dijo—, si, aún temblan­do, no te obedezco y no quiero agraviar la sombra de mi madre dispersando sus huesos!». Pero por el alma de Deucalión pasó como un rayo de luz y tranquilizó a su esposa con afables pa­labras: «Si mi sagacidad no me engaña, el mandato de los dioses no entraña impiedad ninguna. Nuestra gran madre es la Tierra, sus huesos son las piedras, y éstas son, Pirra, las que debemos arrojar tras de nosotros».


Con todo, siguieron ambos durante mucho tiempo desconfian­do de aquella interpretación; pero, ¿qué perderemos en probarlo?, pensaron al fin. Alejáronse, pues, veláronse las cabezas, desciñéronse los vestidos y arrojaron, como se les ordenara, las piedras tras de sí. Entonces se produjo un gran milagro: la piedra comenzó a perder su dureza y fragilidad, volvióse flexible, creció, tomó cuerpo; aparecieron en ella formas humanas, aunque imprecisas todavía, pues más bien parecían figuras toscas, o el primer esbozo tallado por el artista en el bloque de mármol. Todo lo que había de húmedo y térreo en el mineral trocóse en la carne del cuerpo; lo rígido y firme se convirtió en huesos; las vetas de la piedra quedaron como arterias y venas. De este modo, las piedras arrojadas por el hombre adquirieron en breve, con la ayuda de los dioses, la forma humana masculina, mientras las que arrojara la mujer adoptaban la forma femenina.
La raza humana no contradice este su origen, pues es una raza dura y apta para el trabajo. Cada instante de su existencia le recuerda el tronco de donde procede.


Con posterioridad, Pirra dio a luz a un hijo de Deucalión, Heleno, fundador del pueblo helénico. Sus hijos fueron Éolo, Doro y Juto. De los dos primeros descendieron los eolios y los dorios; de Juto, los germánicos.

GUSTAV SCHWAB

Recopilado por Rodrigo Cifuentes Fernández

martes, 22 de mayo de 2007

domingo, 20 de mayo de 2007



-No te lo creerás, pero estornudar me excita de tal manera que tengo que hacer el amor diez veces seguidas.

-¿Y ya te tomas algo?

-Sí. Pimienta.

viernes, 18 de mayo de 2007

Canto al cuerno



Cuando tu mujer te parió cornudo,
fue tu planeta un cuerno de la luna;
de madera de cuernos fue tu cuna,
y el castillejo un cuerno muy agudo.

Gastaste en dijes cuernos a menudo;
la leche que mamaste era cabruna;
diote un cuerno por armas la Fortuna
y un toro en el remate de tu escudo.

Hecho un corral de cuernos te contemplo;
cuernos pisas con pies de cornería;
a la mañana un cuerno te saluda.

Los cornudos en ti tienen un templo.
Pues, cornudo de ti, ¿dónde caminas
siguiéndote una estrella tan cornuda?



Francisco de Quevedo

lunes, 14 de mayo de 2007

Los últimos creyentes en la antigua religión de Egipto



Al verse castigados con aquellos animales que habían tenido como dioses y que ahora eran su tormento, reconocieron que el verdadero Dios era aquel a quien se habían negado a conocer. ¡Así cayó sobre ellos el castigo final! (Sabiduría 12, 27)

La pirámide de cristal era nuestro templo. Allí pasábamos la mayor parte del día, de sol a sol. Nuestra farmacopea se adentraba en el misterio último de los elixires.
En la cima de la pirámide estaba la cumbre de nuestra creación, donde se desarrollaban las investigaciones embrionarias para el estiramiento definitivo del tiempo. Rozábamos el sueño eterno del hombre. La ciencia quedaría sublimada con el logro de la inmortalidad.
El castigo que infligíamos en nuestras investigaciones no era grande. El dolor de los sacrificados lo combatíamos con tenacidad. En todo caso, su sacrificio serviría para la salvación de bastantes. No éramos vampiros de clones, sino benefactores de una humanidad mejor.
Sin embargo, unos embozados robaron nuestro tesoro. Actuaron de noche, mal iluminados por una media luna. En unos frascos se llevaron los pequeños organismos que sembrarían el terror. Todavía no sé bien quién fue más culpable: si ellos por haberlos robado o nosotros por haberlos tenido.
La tormenta de los virus mortíferos estaba al caer. Indefectiblemente, como fuego de azufre, se desatarían las plagas infinitas. Había que huir antes de que nos alcanzaran.
Y huimos.

El viaje ha comenzado. Anoche pasamos el mar Rojo. Aunque ahora tenemos por delante todo un desierto, confío en que pronto llegaremos a la tierra de redención, la Tierra Prometida donde la leche y la miel corren como el agua (Deuteronomio 6, 3).


Persio

sábado, 12 de mayo de 2007

Una Alhambra romana



Me he encontrado con un artículo del helenista Francisco Rodríguez Adrados:
¿Qué es la Alhambra sino una mansión romana, con su peristilo que es el patio de los leones, con su juego de edificaciones cubiertas en la cabecera de los patios, sus alcobas y estancias en torno, con el agua, las flores? Es, he dicho alguna vez, una Pompeya árabe.

viernes, 11 de mayo de 2007

Contestador del hospital psiquiátrico



En el blog de Draco encontramos:


Gracias por llamar al Instituto de Salud Mental, la compañía más sana para sus momentos de mayor locura....


Si usted es obsesivo-compulsivo, presione repetidamente el número 1.
Si usted es co-dependiente, pídale a alguien que presione el número 2 por usted.
Si usted es paranoico, nosotros ya sabemos quién es usted, sabemos lo que hace y sabemos lo que quiere, de modo que espere en línea mientras rastreamos su llamada.
Si usted tiene múltiples personalidades, presione los números 3, 4, 5 y 6.
Si usted sufre de alucinaciones, presione el 7 en ese teléfono gigante de colores que Ud. (y sólo Ud.) ve a su derecha.
Si usted es esquizofrénico, escuche cuidadosamente y una pequeña voz interior le indicara qué número presionar.
Si usted sufre de indecisión, deje su mensaje después de escuchar el tono... o antes del tono.... o después del tono.... o durante el tono. En todo caso, espere el tono. O no lo espere...
Si sufre de pérdida de memoria a corto plazo, presione el 9. Si sufre de pérdida de memoria a corto plazo, presione el 9. Si sufre de pérdida de memoria a corto plazo, presione el 9.

jueves, 10 de mayo de 2007

Infierno, cena para trescientos



El desfiladero de las Termópilas o «Puertas Calientes», situado entre la Tesalia y el Ática, visto desde la parte Sur. Ocultos entre las rocas hay trescientos soldados espartanos, los cuales, a las órdenes de su general Leónidas, hace cuarenta y ocho horas que impiden el paso del desfiladero al colosal ejército del persa Jerjes. Son las doce del día 2 de bohedromión (3 de septiembre) de 480 antes de Jesucristo. Miles de lanzas, de flechas y de jabalinas cruzan el aire en todas direcciones. Empieza la acción.

¡Vaya un modode echar sobre este campo armas diversas!El que asome la gaita paga todolo que antes hicimos a los persas...

UN SOLDADO.—(Que se ha puesto al descubierto, y por ello ha recibido un flechazo mortal.)¡Mi madre, qué flechazo! (Muere sin hacer testamento.)


Enrique Gallud Jardiel nos presenta en su blog Humoradas, un extracto de la pieza teatral y humorística de E. Jardiel Poncela La defensa de las Termópilas.

miércoles, 9 de mayo de 2007



-¿Crees en el amor a primera vista...,
... o tengo que pasar dos veces?

lunes, 7 de mayo de 2007

La mujer en la obra de Borges y Neruda


Para nadie es un secreto que Borges y Neruda fueron hombres muy diferentes. Muy pocas cosas, más allá de la devoción por la obra de Walt Whitman y la genialidad, los unían. Uno, Borges, acomete la labor de expresar el mundo a partir de la erudición y el juego intelectual. Neruda prefiere una absorción material del mundo y rescata del universo cultural sólo su aspecto humano. Una diferencia fundamental fue la presencia de la mujer en sus obras.
Virginia Wolf manifestó, a principios de siglo, que los hombres se ocupan más de las mujeres que éstas de los hombres. Esta verdad, extraída de la historia literaria, no se puede retirar con regularidad de las obras de todos los autores.
Para Neruda el amor entre el hombre y mujer es la fuerza que le da sentido a la existencia. Para Borges, es un elemento más, del cual se puede prescindir sin alterar sustancialmente el curso del devenir humano.
En la obra de Neruda la mujer es una protagonista esencial. Es la fuente y la depositaria de sus pasiones y es la compañera en sus luchas ideológicas. Así lo plasma en el libro Los versos del Capitán. Y más adelante, cuando el poeta había entrado en su etapa posmoderna, en el libro La espada encendida concibe, en el final de la Historia, la salvación de la especie humana a través de la unión corporal y espiritual del último sobreviviente de la catástrofe terrestre y de la mujer escapada de la ciudad de los Césares. Es decir, dentro y fuera de la Historia, la mujer es una fuerza activa, íntegra, imprescindible.
Volodía Teitelboim, amigo del poeta y uno de sus biógrafos, sostiene: ¨Al menos entre los poetas contemporáneos en lengua castellana, es el enamorado por antonomasia. Nadie tocó, nadie por escrito se dejó llevar por el amor con tantas ganas, con tanta delicadeza y desvergüenza, con tanta diversidad y obstinación, de principio a fin, de cabeza a pies. El amor le sacudía las entrañas, pasándole siempre su corriente por el alma. Amó a unas cuantas, por no decir muchas. A todas las quiso con una sinceridad que no significa garantía, monopolio ni sinónimo de eternidad. Fue un memorión de sus pasiones. Nutrió con ellas páginas y páginas. A menudo volvió a contarlas, a cantarlas, a revivirlas¨.
Y continúa Teitelboim: ¨En esencia, no le interesa la mujer objeto. Le atrae en ella todo lo que es su personalidad completa. La mujer pone la fascinación, el encantamiento. Él pondrá lo demás. Sentará en el trono a la plebeya y convertirá a la fea o a la inadvertida en la más hermosa e importante. Hará de la callada la elocuencia sin palabras, porque la palabra mágica la dirá el poeta tocado por la gracia¨.
En cambio, en los cuentos de Borges la presencia femenina es mínima y desconcertante. Algunos personajes (como la pelirroja del cuento El muerto y la Lujanera de Hombre de la esquina rosada) son mujeres que carecen de individualidad, dóciles al hombre que se impone en la pelea o da muestras de mayor coraje. Cada una es un objeto transferible, trofeo al que dirige sus derechos quien se impone en una contienda. Benjamín Otárola, el protagonista de El muerto, sabe que ¨la mujer, el apero y el colorado son atributos o adjetivos de un hombre que él aspira a destruir¨. Son, en suma, fieles ejemplos de la selección sexual postulada por Darwin.
En otro cuento, La intrusa, los protagonistas (dos hermanos) comparten el amor de una china. La presencia de la mujer actuó como obstáculo en la relación armoniosa que ambos hermanos compartían. Para volver a la situación anterior los hermanos deciden matarla y así eliminar el motivo de la discordia. La mujer –una pieza sin voluntad ni pudor– será asesinada sin tener conciencia del plan de los hermanos. Alicia Jurado, amiga de Borges y una de sus biógrafas, escribió: ¨Pocos relatos son más atroces que este magnífico cuento, que ninguna mujer puede leer sin indignación y horror ¨.
La misma autora agrega: ¨En muchos relatos no aparece ningún personaje femenino; en otros, pone a las mujeres en escena como un director teatral mandaría colocar un jarrón o una silla, porque agregan verosimilitud al ambiente, pero son borrosas o casuales o, a lo sumo, indiferenciadas y pasivas¨.
Los personajes femeninos de Borges, como todos sus personajes, carecen de individualidad. Representan un carácter, un arquetipo, un símbolo, y dentro de la trama cumplen un rol accesorio, salvo la protagonista del cuento Emma Zunz que, movida por su afán de venganza, se hace violar para encubrir el asesinato de quien le quitó el honor a su padre. Un rol nada agradable en un cuento cuyo argumento le pertenece a un amigo de Borges.
Pero estamos hablando, sobre todo, de sus obras. En la ficción se permite todo, hasta la incoherencia. El autor de El informe de Brodie fue, en la vida real, un hombre muy dependiente de las mujeres. Su madre, Leonor Acevedo, tuvo una influencia decisiva, condicionante sobre el poeta, al igual que su polémica compañera, María Kodama. Con las mujeres entabló también entrañables lazos de amistad. Las apreciaba por muchas razones y no solamente por su curiosidad intelectual. Con ellas escribió varias obras en colaboración, un hecho poco común en las letras castellanas. Recuerdo, por ejemplo, los nombres de Esther Zemborain, María Esther Vásquez, Alicia Jurado, Margarita Guerrero, Luisa Mercedes Levinson, Silvina Bullrich, Delia Ingenieros, entre otras.
El caso de Pablo Neruda no es menos contradictorio. El poeta, además de amarlas y respetarlas, las iba desechando a medida que su corazón inconstante lo empujaba a un nuevo rumbo. Todas sus mujeres, momentánea o definitivamente, sufrieron el abandono amoroso. De reinas pasaron a ser recuerdos de un soberano que se afligía por perderlas, pero que respetaba su destino de amante omnívoro.
Enfrentar la vida a la obra permite un conocimiento más fiable del pensamiento real de los autores. En Borges y Neruda está la prueba de que lo irreconciliable se atenúa cuando se toman en cuenta los avatares de su contingencia existencial. La conjetura de que los destinos humanos mantienen entre sí una unidad esencial, aparece repetida en la obra de Borges. En el final del cuento Los teólogos, dice: ¨Más correcto es decir que en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona¨. Los protagonistas (individuos que profesaron en sus vidas ideas antitéticas) van al cielo y se presentan ante Dios, que los confunde.
Podemos pensar entonces que, en un hipotético cielo, Neruda y Borges sean, más allá de sus diferencias terrestres, una sola persona.

sábado, 5 de mayo de 2007

Epigramas



¿Preguntas, Fabulo, por qué Temisón no tiene esposa? Porque tiene hermana.

Los versos que recitas, Fidentino, son míos, pero si los recitas tan mal, empiezan a ser tuyos.

Lesbia jura que nadie se ha acostado gratis con ella.Y dice la verdad. Pues cuando va a la cama, siempre paga.

Paula se quiere casar con Prisco. No me extraña, Paula,pues tienes buen gusto. Prisco no quiere. El también lo tiene.

Paula quiere casarse conmigo. Yo no, porque es vieja; querría, si lo fuese más.

A los antiguos poetas, Vacerra, tan sólo admiras y no alabas a otros sino a los muertos. Perdona, Vacerra, te lo ruego: no merece la pena que yo muera, para gustarte.

Revienta Carino de envidia, llora y patalea y busca una rama alta de donde colgarse: y no porque se me lee y recita por todo el orbe, ni porque primorosamente encuadernado circulo por todos los pueblos que Roma abarca. Sino porque cerca de Roma tengo una finca de verano y viajo en mulas propias, y no alquiladas como antes. ¿Qué maldición le podría echar, oh Severo, a este envidioso? Ésta: que llegue a tener mulas y una finca.

Marcial

jueves, 3 de mayo de 2007


-¿Te gusta el té?
-No lo soporto. Se me atragantan las bolsas en la garganta.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Sirenas



Varias muchachas subían al barco por una escalerilla. Salían del agua con sus cuerpos trepadores, las piernas rápidas y trepadoras también, el tanga puesto, las popas respectivas a la vista; el trasero redondo, resbalado de gotitas de agua salada y espuma de mar; los pechos destapados, libres, sueltos y brillantes.
Contemplábamos a las chicas ascendentes.
Las muchachas saltaban de alegría, secándose mutuamente los cabellos con toallas de rizo. Las había rubias, morenas, de todos los colores y tamaños –las toallas y las chicas-, unas cinco o seis muchachas deliciosas, frutales y deseables, cuyo número aumentaba sin descanso; no dejaban de subir desde el agua, entre algas, medusas y otras especies marinas. O bien había un criadero de sirenas en el fondo del mar, o bien el yate estaba surtido a fondo de formas femeninas.

Persio.

Extracto de La caída del guindo.