Aniseto Pérez, representante de peluquines y calvo de vocación, elegía con esmero los lugares donde alojarse en sus idas y venidas. Vendía su peluda mercancía, la que llevaba puesta sobre la cabeza.
Aniseto Pérez, hermanísimo de Curiosillo Pérez, se alojaba en el hostal Chez Pepe, un sencillo establecimiento regentado por un dispar matrimonio.
Cuando Aniseto bajó a cenar, aparte del olor a frituras y el suelo pegajoso, se encontró a otros comensales.
Tras tomar asiento, el camarero se le acercó:
-¿Qué menú le pongo? ¿El de siete o el de nueve euros?
-¿Qué diferencia hay entre ellos?
-Dos euros.
-Póngame el de cinco.
Tras colocar la servilleta sobre sus rodillas y limpiar con la uña los restos de comida de los cubiertos, dirigió una mirada distraída a su alrededor.
En una esquina se confesaba una pareja, cogida de las manos. Él le decía a ella:
-¿Sabes qué diferencia hay entre el caviar y las anchoas?
-No.
-¡Camarero: dos bocadillos de anchoas!
Junto a la ventana, dos mujeres de dudosa reputación y no del todo mal aspecto, reían mientras daban cuenta de sus bebidas.
-El Manolo es guapo, ¿eh?
-Sí. Y viste bien.
-Vaya... Y deprisa...
Mientras ésta conversación se producía, en otro lugar del local:
-¡Camarero -gritó alguien-: una ración de oreja!
-¡Oído!
-¡Bueno, lo mismo da!
El camarero -hombre sorprendente, polifacético y pluriempleado- se movía de aquí para allá sobre unos patines. Mientras atendía las mesas, tocaba el saxofón.
-¿Se puede elegir la música?
-Desde luego.
-Pues yo elijo que no toque.
Tranquilamente transcurría la cena. Una anciana, acompañada de su anciano loro, removía insistentemente la sopa. Hasta que llegó a una conclusión evidente. Entonces llamó al camarero:
-Oiga, majo, me han puesto tropezones en la sopa.
-¡Anda, María -gritó el camarero a su señora, que estaba en los fogones-, ya he encontrado el hamster del niño!
En esas, Aniseto empezó a reírse a carcajada limpia. El camarero, algo mosca, le dice:
-¿Y usted de qué se ríe?
-Es que hay un pelo en mi sopa...
-¿Y eso le hace gracia?
-Es que dicen que donde hay pelo hay alegría.
Escaleno
4 comentarios:
A ese sitio me gustaría a mí ir a comer, y no a mi casa, que resulta muchísimo más sosa. Has logrado mantenerme con la sonrisa en los labios hasta el mismísimo final. Me hacía falta una terapia de buen humor. Besitos.
Me alegro de esas risas, Isabel Romana. Pero bueno, tampoco será tan sosa tu casa... Eso no me lo creo. Seguro que tienes un mosaico en el recibidor... :)
Un abrazo
te hago una visita y me llevo tu link:) kiss
Llévate lo que quieras, Peggy...
Yo me quedé con tu beso, jeje
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