martes, 6 de marzo de 2007

Mentes prodigiosas

 



 


Villa Ceporra del Tontete era un pueblo conocido por la inteligencia de sus habitantes. Curiosillo Pérez se fue hasta allí para hacer un reportaje periodístico.
En la calle se encontró con un anciano de aspecto saludable:
-Pues aquí donde me ve, dentro de ocho días cumpliré ciento nueve años.
-¿Y a qué atribuye usted haber vivido tantos años?
-A que nací muy pronto.
A otro sujeto que se acercaba le preguntó:
-¿Y cómo se llama usted?
-Tajo.
-Es curioso. Hay un río que también se llama así.
-Sí, pero no soy yo.
Curiosillo sorprendía las conversaciones de la gente. Un matrimonio se decía:
-¿Qué le diste ayer al caballo para que se pusiera tan bravo con la yegua?
-Un jarabe nuevo, muy potente, que le recetó el veterinario.
-¿Y cómo se llamaba?
-No lo recuerdo, pero te puedo decir que sabe a menta.
Junto al matrimonio había una pareja de novios acaramelados:
-¿Qué sería el tiempo sin ti? –decía ella.
-Empo, sería empo.
Y junto a la pareja romántica, una familia a la que le acababa de tocar la lotería. Los hijos decían:
-Papá, yo quiero una moto.
-Y yo un coche.
-Yo quiero un vídeo -decía la hija.
-¿Un vídeo? ¿Y para qué quieres un video? Tú te lavas en la palangana como tu madre.
Entre los profesionales cualificados, las conversaciones seguían la misma tónica. Por ejemplo, en su consulta, un médico le preguntaba a su paciente:
-¿Y dónde nota usted la molestia?
-En el brazo derecho. Hace quince días que llevo el termómetro que usted me puso.
Desconfiando del alto nivel que la medicina había adquirido en el pueblo, Curiosillo se dirigió al depósito de cadáveres. En la puerta, un guarda preguntaba a un sujeto:
-¿Busca a alguien?
-Sí, a un amigo mío que se ahogó ayer.
-¿Puede darme algún dato en particular que lo describa?
-Era sordo del oído izquierdo.
De paseo por el campo, camino de la estación de tren, escuchó que un paleto le preguntaba a un labrador:
-¿Qué llevas en el cesto?
-Si lo aciertas, te doy un racimo.
-Patatas.
En la misma estación había un cartel que decía: Disléxicos del mundo, udosni.
Curiosillo se dirigió a la taquilla y compró un billete. Luego se sorprendió a sí mismo diciendo:
-¡Cómo he engañado al de la taquilla! ¡He comprado ida y vuelta y no pienso volver...!

 

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