Dédalo fue un famoso inventor de Grecia: fabricó una sierra con dientes de serpiente, construyó el Laberinto de Creta, y ahora pensaba en un invento que le permitiera volar como los pájaros.
Así que cogió unas plumas y las unió con cera de abeja para fabricarse unas alas. (A su hijo Ícaro le fabricó unas alas más pequeñas.)
-Vamos a volar…
Le dijo.
Pero antes de emprender el vuelo:
-Ten cuidado, Ícaro. No vueles muy alto: el sol podría derretir la cera de tus alas… Ni vueles muy bajo: las plumas podrían mojarse en el agua del mar. Entonces pesarían demasiado y no podrías moverlas…
El Padre y el hijo se lanzaron desde una montaña y empezaron a volar.
Dédalo le gritaba a su hijo:
-¡Sígueme de cerca!
Los dos juntos volaban muy alto; tan alto que los pastores y pescadores que los veían pensaban que eran dioses.
Entonces Ícaro desobedeció a su padre. Emocionado por la altura que alcanzaba, comenzó a subir más y más alto, en dirección al sol...
Dédalo miró atrás y no vio a su hijo. Miró arriba, y tampoco lo vio. Cuando dirigió su mirada hacia abajo vio unas plumas flotando en el mar. El calor del sol había derretido la cera de las alas... Ícaro había caído.
domingo, 3 de junio de 2007
El vuelo de Ícaro
Publicado por Persio a las 10:29
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2 comentarios:
de nuevo pro aki, oye ke buen relato, sobre todo la reflexion ke te deja, muy bueno en verdad, ahora si no te perdere de vista.
saluditos
ciaooooo°°°°
Es lo que tienen los mitos, que cada vez que se leen o se reescriben parecen escritos para el momento presente.
Saludillos, Cori
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