domingo, 3 de junio de 2007

El vuelo de Ícaro



Dédalo fue un famoso inventor de Grecia: fabricó una sierra con dientes de serpiente, construyó el Laberinto de Creta, y ahora pensaba en un invento que le permitiera volar como los pájaros.

Así que cogió unas plumas y las unió con cera de abeja para fabricarse unas alas. (A su hijo Ícaro le fabricó unas alas más pequeñas.)
-Vamos a volar…
Le dijo.
Pero antes de emprender el vuelo:
-Ten cuidado, Ícaro. No vueles muy alto: el sol podría derretir la cera de tus alas… Ni vueles muy bajo: las plumas podrían mojarse en el agua del mar. Entonces pesarían demasiado y no podrías moverlas…
El Padre y el hijo se lanzaron desde una montaña y empezaron a volar.
Dédalo le gritaba a su hijo:
-¡Sígueme de cerca!
Los dos juntos volaban muy alto; tan alto que los pastores y pescadores que los veían pensaban que eran dioses.
Entonces Ícaro desobedeció a su padre. Emocionado por la altura que alcanzaba, comenzó a subir más y más alto, en dirección al sol...
Dédalo miró atrás y no vio a su hijo. Miró arriba, y tampoco lo vio. Cuando dirigió su mirada hacia abajo vio unas plumas flotando en el mar. El calor del sol había derretido la cera de las alas... Ícaro había caído.

2 comentarios:

CoCo dijo...

de nuevo pro aki, oye ke buen relato, sobre todo la reflexion ke te deja, muy bueno en verdad, ahora si no te perdere de vista.
saluditos


ciaooooo°°°°

Anónimo dijo...

Es lo que tienen los mitos, que cada vez que se leen o se reescriben parecen escritos para el momento presente.
Saludillos, Cori