martes, 20 de marzo de 2007

La divina comedia



Virgilio acompaña a Dante Alighieri en su viaje por el infierno, el cielo y el purgatorio, en busca de su amada Beatriz.
Cuando estés ante la dulce y luminosa mirada de aquella cuyos bellos ojos todo lo ven, sabrás por ella el futuro de tu vida (da lei soprai di tua vita il viaggio).
El viaje comienza en el infierno. Dante habla de los espantos que allí encuentra, ante los cuales: No morí y no permanecí vivo.
Vi por aquel aire espeso y oscuro moverse andando una figura allá en lo alto, espantosa aun para el ánimo más firme, parecida al marinero que bajo el agua descendió tal vez para desprender el ancla, aferrada a un escollo o a otro obstáculo oculto en el mar, y que al mismo tiempo extiende los brazos y encoge los pies.
Luego vi mil rostros amoratados por el frío, de donde me ha quedado el horror con que miraré siempre los estanques helados. Y mientras caminábamos hacia el centro, sobre el cual gravita todo, y yo temblaba en la eterna sombra, no sé si fue suprema voluntad, azar o destino que, andando entre las cabezas, di fuerte con el pie en el rostro de una.
Otros encuentros son menos aterradores: Se volvió y pareció uno de aquellos que corren en Verona por el campo tras la bandera verde, y entre ellos, más de los que vencen que de los que son vencidos.
En el purgatorio, Virgilio le dice (así me hablaba mientras íbamos caminando; sì mi parlava, e andavamo introcque):
Siempre el hombre, en el cual un pensamiento bulle sobre otro pensamiento, se aleja de su meta, porque uno debilita el ímpetu del otro.
Y más adelante: Por tener fija la mente sólo en las cosas terrenas, sacas tinieblas de la verdadera luz.
Dante nos dice a todos: ¿No os acordáis de que somos gusanos nacidos para formar la mariposa angelical que vuela sin obstáculos hacia la justicia?
Termina su camino por el Purgatorio: Regresé de la sacrosanta andanza renovado, al modo que se renuevan las plantas con frescos brotes, purificado y dispuesto a subir a las estrellas.
En el cielo, al encontrar a su amada Beatriz: De repente pareció como que un día se agregara a otro, como si Aquel que todo lo puede hubiese adornado el cielo con otro sol.
Ella le dice: El mayor don que Dios, en su liberalidad, nos hizo al crearnos, el que está con la bondad más conforme y el que más estima, fue el del libre albedrío.
Al final del viaje, Dante Alighieri baña su vista en la profunda y clara sustancia de la alta luz. Sus palabras serán más insuficientes para decir lo que recuerdo que las de un niño que bañe aún la lengua en la leche de la madre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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